Aunque parezca mentira y a pesar de la rica historia de la Argentina en términos de crisis económicas, la supuesta estabilización cambiaria acaecida recientemente habilita a pregonar, nuevamente, que estamos en la buena senda. Otra vez suena el discurso que alude a una presunta reactivación económica a raíz de la inminente calma cambiaria.
La supuesta tranquilidad del dólar es resultado de un salto cambiario monumental (pasando de $17,70 a fines del 2017 a más de $37 en la actualidad, y de la recreación de un contexto en el que se combinan tres condiciones básicas para la tan mentada “calma cambiaria”: descomunales tasas de interés, una brutal recesión y definiciones moderadas de la Reserva Federal Norteamericana respecto a la eventual suba de las tasas de interés de los bonos norteamericanos. Este contexto, sujeto a la entrada de los dólares agrarios y de los desembolsos del FMI que ingresarían a partir de abril, permiten pensar en cierta calma en la divisa durante los primeros cinco meses del año, con una tendencia alcista a partir del segundo semestre, en el marco de la dolarización de las carteras de empresas y particulares de cara a las inciertas elecciones de octubre. Dolarización que por cierto exhibe la posibilidad de desencadenar una pequeña corrida en la segunda parte del año (con sus lógicas consecuencias políticas y sociales), ya que la diferencia entre el piso y el techo de la banda cambiaria que fija la presente política monetaria (de $37 a $48) es de casi un 30%.
La “calma cambiaria” no es el resultado de una solución, sino la consecuencia de una encerrona trágica que solo agrega problemas sin resolver ninguno.
El desastre de proporciones respecto a lo ocurrido y que transforma en inviable a este país a través de estas políticas se observa al evaluar las cuentas externas de la Argentina entre Diciembre del 2015 y el mismo mes de 2018, en base al Balance Cambiario del Banco Central. La estrategia puesta en marcha por Macri: devaluación, eliminación de retenciones, desfinanciamiento del Estado, apertura y desregulación, dirigida supuestamente a la liberación de las fuerzas del mercado, y con el objeto de lograr la tan ansiada lluvia de inversiones, produjo como resultado la salida de la Argentina de U$S 124.000 millones en solo tres años.
La desmesurada salida de divisas de nuestro país, compuesta casi la mitad por fuga (47,6%) y la otra mitad por el pago de intereses de deuda, turismo y utilidades (52,4%), se financió en un 94,3% con nuevo endeudamiento e ingreso de capital financiero de corto plazo, y sólo en un 5,7% con ingreso de dólares para inversión directa. Es decir, el verso de las inversiones es justamente eso, un verso.
En este marco, los efectos internos de esta política disparatada e inconsistente fueron los siguientes: caída del PBI (-1,4%), caída del ingreso por habitante (-4,4%), caída del salario real (-17,2%), de las jubilaciones (-15,7%), de las asignaciones familiares y universal por hijo (-15,7%), aumento del desempleo (15,3%) y de la cantidad de gente que busca empleo (10,6%), un aumento de la pobreza que entre el segundo semestre de 2017 y el segundo semestre estimado de 2018 será de 6,3 puntos, mostrando un crecimiento porcentual de 25%, lo que se traduce en aproximadamente de 3 millones más de pobres, y un desborde inflacionario que operó como un feroz golpe distributivo, donde en el 2016 los precios al consumidor se ubicaron en 39,4%, en el 2017 en 25% y en el 2018 superaron el 47%.
Nada de lo ocurrido hasta ahora va a modificarse en el 2019. Durante el 2018, el déficit primario (sin intereses) fue del 11,3% del total de ingresos del Estado. Es decir, 4,2 puntos menos que en el 2017, lo cual significa que el ajuste realizado en el año ascendió a $100.647 millones. En tanto el déficit primario del 2019 debería llegar a 0, el ajuste a realizar ascendería a $400.210 millones. Por lo tanto, el ajuste fiscal del año en curso equivale a cuatro veces el del año pasado, dejando en evidencia que no habrá expansión de la demanda por vía del gasto público, sino todo lo contrario. El efecto de la intervención estatal sobre la economía en el 2019 será nuevamente recesivo.
Nada puede esperarse tampoco respecto a la evolución del consumo. Ni del consumo superior (asociado a los sectores de mayor capacidad económica), ni del consumo popular. En el primero de los casos, este se verá contenido por la espectacular renta financiera, ligada a tasas de interés que superan en más de 10 puntos porcentuales a la inflación esperada. Respecto al consumo popular, nada puede esperarse con salarios que perdieron en promedio cerca de un 12% en el curso del 2018, y frente a una inflación estimada de 30% para 2019. La sola recuperación del poder adquisitivo de fines de 2017 exigiría de paritarias promedio que se ubicarán en un 42% de piso. Obviamente algo absolutamente impensable. En consecuencia, los salarios tampoco activarán el consumo interno.
Nada puede esperarse tampoco del comportamiento de la inversión. Esta se desplomó un 19% en diciembre pasado respecto al mismo mes de 2017, cayó un 5,6% en el acumulado del año 2018 y no experimentará recuperación alguna en el 2019, habida cuenta de la contracción del mercado interno y de un contexto de tasas de interés del 50% anual con un dólar estable, que posibilita una renta financiera descomunal en dólares.
No hay virtuosismo alguno en la presente estabilidad cambiaria, el fracaso de esta política es completo y, lamentablemente, su persistencia indica que sus daños aún no han terminado.