Presentamos el Boletín elaborado por Claudio Lozano en el que se detalla una radiografía exhaustiva de la situación del mercado de trabajo junto a una indagación sobre la incidencia de la pobreza y las principales estrategias de subsistencia desarrolladas por los hogares. Para ello, se utiliza como fuente la última base de microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) publicada por el INDEC.
Para Lozano, el cuadro que describimos en el informe indica a las claras que es indispensable una reforma de las relaciones laborales en la Argentina. Pero no dirigida a precarizar aún más la ya mayúscula precariedad del mundo laboral de nuestro país. Es imprescindible crear un piso mínimo de ingresos en el mercado laboral sobre la base de la conformación de un Ingreso Universal ya que el salario mínimo dejó de cumplir la función que históricamente cumplía (actualmente el 34,2% gana por debajo del SMVM). A su vez, resulta esencial reducir la jornada laboral obligando el cumplimiento de las 8 horas laborales sin reducción salarial para los 2,4 millones asalariados/as registrados/as que desempeñan sobrejornadas laborales. Con un efectivo control de la jornada de trabajo sobre el segmento formal se crearían cerca de 1 millón de puestos de trabajo.
El cambio tecnológico en las grandes firmas obliga a discutir un nuevo sistema de seguridad social de empleo y formación que permita replantear la distribución de la productividad a través de la rotación laboral para evitar el desempleo, garantizando la formación permanente de los trabajadores/as para mejorar la calidad de la fuerza laboral en el marco del cambio tecnológico.
Hay que impulsar nuevas relaciones laborales frente al mundo en transformación que tenemos y dejar de demandar formas de explotación laboral propias del siglo XIX en el marco de la tecnología del siglo XXI.
Entre los resultados más salientes destacamos:
– La presión efectiva sobre el mercado de trabajo es mayor de lo que indica la tasa de desocupación y llega al 26,6% de la PEA. Si se agrega quienes desean trabajar más (ocupadas/os disponibles no demandantes) la disponibilidad de la fuerza de trabajo alcanza al 32,2% de la PEA.
– Lo anterior se agrava si hacemos foco en las y los jóvenes de 18 a 24 años, para quienes solo la desocupación alcanza al 24,6%, siendo aún mayor en el caso de las mujeres jóvenes (29,1%).
– Paradójicamente, la subutilización laboral convive con la ultraexplotación de la fuerza de trabajo. Dos caras de la misma moneda. Casi 3 de cada 10 ocupados/as trabajan por encima de las 45 horas semanales y la mitad del fenómeno de la sobreocupación ocurre en relaciones asalariadas registradas. Si se repartiera el excedente acumulado de horas trabajadas del total de sobreocupados/as, podrían liberarse más de 1,9 millones de ocupaciones y se resolvería el problema del desempleo. Si pudiera controlarse la jornada de trabajo para el segmento formal, en tanto existen más mecanismos para hacer efectivos estos controles, se generarían 994 mil puestos de trabajo y la cantidad de desocupados/as se reduciría a la mitad.
– Se verifica un cuadro laboral con elevados niveles de informalidad y autoempleo de subsistencia. Una cuarta parte de las/os trabajadores son cuentapropistas, de los cuales casi el 77% corresponde a ocupaciones de baja calificación. Dentro del 72,6% de la población asalariada, un tercio son informales, indicador que asciende al 60,5% para la población juvenil.
– 1 de cada 3 trabajadores obtiene ingresos mensuales inferiores al Salario Mínimo. Mientras el 27,4% de los varones gana menos del salario mínimo, este porcentaje asciende al 43,8% en el caso de la población femenina.
La precarización trepa al 44,8% de la fuerza laboral y al focalizar en la población juvenil se observa que 8 de cada 10 trabajadores jóvenes están precarizados/as.
– 1 de cada 3 ocupados/as (el 32,2%) son pobres y el 5,6% son indigentes.
– La pauperización se extiende al 41,5% de las personas, mientras la indigencia supera al 10%. Más de la mitad de las niñas, niños y adolescentes menores de 18 años están por debajo de la línea de pobreza (55,5%), mientras que el 15,4% no logra siquiera acceder a una alimentación mínima.
– 9 de cada 10 personas residen en hogares cuyos ingresos provienen parcial o totalmente del trabajo. Este valor es incluso algo mayor entre la población pobre.
– Una cuarta parte de la población vive en hogares que reciben transferencias del Estado dirigidas a sectores de bajos ingresos. Sin embargo, esta asistencia sólo representa casi un 15% del ingreso total familiar, mientras que los ingresos laborales explican más del 70% del ingreso total.
– Los hogares también recurren a endeudarse: casi una quinta parte de los hogares pidió préstamos a familiares o amigos y cerca del 14% utilizó créditos de bancos o financieras, mientras que las compras en cuotas con tarjeta fueron utilizadas por más de la mitad de la población.