Elaborado por Claudio Lozano y Tomás Raffo del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas.
El escándalo que supone la filtración de los mensajes entre funcionarios del Gobierno de la Ciudad, como el Ministro de Seguridad y Justicia (Marcelo D ́Alessandro), jueces federales (Ercolini y Cayssials), jueces de la Ciudad (Carlos Mahiques, Juez de Casación Penal puesto a dedo por Macri; y su hijo Juan Bautista Mahiques, Procurador de la Ciudad), ex agentes de inteligencia y representantes del Grupo Clarín, principal multimedio de comunicación (representado por el Ceo Jorge Rendo y Pablo Casey representante legal y sobrino de Magneto, el Ceo principal del Grupo) organizando la forma de cubrirse de un viaje financiado por terceros a la localidad de Lago Escondido, propiedad del magnate británico (Joe Lewis) poseedor de grandes extensiones de tierra en la Patagonia; merece, más allá del repudio social; una reflexión sobre las implicancias, presentes y futuras de un accionar de esta naturaleza.
Se trata del accionar al desnudo del Poder. No sólo ya del poder económico, sino del poder comunicacional (Grupo Clarin), del poder institucional del manejo de la Justicia (Federal y de la Ciudad), del poder institucional del manejo del Gobierno de la Ciudad (el Ministro de Seguridad) del poder del espionaje; y el poder trasnacional (el empresario británico Lewis). Un accionar que no se reduce a los participantes de los mensajes, sino que involucra al propio Jefe de la Ciudad (Horacio Rodríguez Larreta), quien en lugar de repudiar los mensajes y ordenar una investigación, salió a cubrir a sus funcionarios afirmando que “se trata de una operación Kirchnerista”.
No deja de ser llamativo el lugar del encuentro donde trama sus estrategias el Poder: es en Lago Escondido. Toda una simbología del Poder, su actuar en las sombras, a cubierto de miradas indiscretas, y por ende necesitando la protección de los medios de comunicación; ahí uno de los aportes esenciales del grupo empresarial que publica el diario Clarín. El escándalo es precisamente que lo que tenía que quedar escondido en Lago Escondido, salió a la luz con la filtración de los mensajes. Esa es una primera buena noticia. El Poder no siempre puede esconderse, ocultarse, no siempre es invulnerable. Aún son débiles a los hackeos informáticos, y es de esperar que pronto dejen de serlo, que logren protegerse informaticamente de los hackeos. Por ende, no siempre tendremos esta oportunidad, de que se presente crudamente su accionar. No suele ocurrir que se sepa como actúa el Poder. Saberlo debe tener consecuencias. Debe ser una oportunidad para avanzar firmemente en una política profundamente democrática que castigue este accionar y siente las bases para que no vuelva a repetirse, o a lo sumo dificulten su práctica.
Pero aún resta la reflexión prometida. Esta proviene del lado del Psicoanálisis. Se sabe que Freud en su célebre trabajo “Psicología de las masas y análisis del yo” (1920) analizó las condiciones de conformación de las masas a través de dos organizaciones fundamentales: por un lado, la Iglesia Católica y por otro el Ejército Prusiano. En la Iglesia el mecanismo fundamental que permite la cohesión está dado por la ilusión de sus integrantes de ser amados por igual por Cristo. En el ejército, dicho mecanismo está asociado al temor que tienen los subordinados a sus superiores inmediatos. El poder del amor en la Iglesia y el poder del temor en el Ejército.
Este esquema general de cohesión de las masas por dos mecanismos específicos analizados por Freud, ha sido de gran valía para continuar con esta investigación por parte de la psicología institucional. En este campo, un psicoanalista argentino, Zukerfeld, en su trabajo “Poder del amor y poder del temor” (1996) ha realizado un aporte significativo. Para este autor, estos dos mecanismos no están solo presentes en las instituciones analizadas por Freud, sino que son parte fundamental de otras dos formas organizativas muy presentes en el mundo actual: por un lado las sectas, como símil de las Iglesias; y por el otro, las mafias como análogas al ejército.
La diferencia entre Sectas e Iglesia, y Mafia y Ejército, estriba en la legalidad. Mientas la Iglesia y el Ejército son legales, las Sectas y las Mafias no lo son. Es interesante como el autor demuestra que la legalidad actual de la Iglesia Católica es una legalidad conquistada; no siempre lo fue. Al principio nació como una secta perseguida en el seno de la sociedad romana. Una secta tiene la aspiración de alcanzar la legalidad; saliendo de la ilegalidad. Esa es la diferencia fundamental con la Mafia, para quien la legalidad puede ser una fachada pero que necesita, para su funcionamiento y reproducción, mantenerse siempre en la ilegalidad. Porque es ahí donde realiza sus negocios. La legalidad es para continuar practicando con mayor impulso sus prácticas ilegales que es la forma en que realizan su acumulación de capitales y sus estrategias de poder. Ese es el principal objetivo de la Mafia, y el peligro fundamental que la misma acarrea para las sociedades democráticas.
Con un agravante adicional que nos advierte Zukerfeld, en ambas conformaciones organizativas, tanto en las sectas, como en las mafias, los mecanismos de cohesión no se manifiestan en estado puro. En el amor al que apelan las sectas, también convive el mecanismo del temor a la expulsión, sin descartar prácticas violentas. En las Mafias, en el marco de un dispositivo sumamente agresivo, también hay mecanismos que apelan al amor. Es más, no hay Poder más grande que el hacerse amar. El hacerse amar por las Mafias es que sean convalidadas socialmente. Por ende, nada más peligroso para una sociedad que una Mafia acceda al manejo del aparato del Estado por la vía de una convalidación social, como sería el caso si un grupo Mafioso ganara las elecciones, porque ahí se consumaría su máximo logro: acceder al manejo institucional de los asuntos públicos, por la vía democrática, para continuar profundizando y ampliando sus prácticas ilegales.
Eso es lo que está en juego en el accionar mafioso del Poder que quedó al desnudo con la revelación de los mensajes. Es un accionar de Mafias, que ya está presente hace largo tiempo en la sociedad argentina, pero que la novedad fue su acceso a las instituciones por la vía democrática. A diferencia de la Dictadura Militar del 76; donde las mafias se consolidaron como tal, haciendo negocios en el marco de la legalidad-ilegal que les daba el Gobierno Militar, donde la ilegalidad manifiesta se refugiaba en la legalidad asaltada por los Militares, y que les permitió acceder ilegalmente a negocios legales (hay que considerar que el Grupo Macri a inicios de la Dictadura tenía 7 empresas, y al finalizar 46). La única ventaja que tenía la Dictadura era la manifestación de que esa legalidad reposaba en una ilegalidad manifiesta. Una Mafia accediendo al Poder Público con una Dictadura es infinitamente más débil que una Mafia ganando las Elecciones. Ese es el problema central que tenemos como sociedad y que debemos resolver políticamente. Evitar que las Mafias sigan haciéndose amar es la tarea política que nos devuelve el escándalo de Lago Escondido.
Una Mafia, que para muestra bastan los botones de los exabruptos de los Diputados de Juntos por el Cambio en el Congreso Nacional, corporizados en el Presidente del Bloque del PRO, Cristian Ritondo, haciendo ademanes amenazadores a la Presidenta de la Cámara de Diputados, sin ningún respeto por el lugar institucional que está ocupando. La misma falta de respeto institucional que tiene el Gobierno de la Ciudad y su policía para garantizar la seguridad de la Vicepresidenta en los momentos previos al fallido atentando de septiembre. O la misma falta de respeto institucional que tiene el Ministro de Seguridad, que en los chats manifiesta que “quisiera llevarlo en un patrullero al de la PSA para hacerlo cagar”; y aún más preocupante cuando revela su deseo, que es el deseo de la Mafia, cuando dice “si me toca ser Ministro de la Nación”. Ese horror, de que la Mafia se adueñe nuevamente del Poder Ejecutivo Nacional, es el que estamos convocados a impedir políticamente todos aquellos que queremos vivir verdaderamente en una sociedad democrática.
Demás está decir que una de las tareas pendientes de primera magnitud es impulsar social y políticamente una profunda democratización del poder judicial. Un proceso similar a lo ocurrido en los albores de la recuperación democrática, donde el cuestionamiento social y la fortaleza ética del movimiento de derechos humanos y centralmente de las Madres de Plaza de Mayo, impidió el intento de que los militares fueran juzgados y absueltos por la Justicia Militar. Fue la Justicia Civil, independiente de los Militares, la que los juzgó. Algo similar hay que producir con el jusgamiento de la conducta mafiosa de los jueces involucrados en el escándalo de Lago Escondido. No pueden ser sus pares, sino un ámbito independiente de ese poder corporativo. Si la sociedad argentina supo sacudirse el terror de la Dictadura y pudo poner en el banquillo de los acusados a los Genocidas Militares, tal como lo da cuenta la película “Argentina, 1985” ; es hora de sacudirnos el temor que nos despierta el observar al desnudo el accionar de las mafias, y construir las condiciones de su juzgamiento social y su derrota política.